¿Innovar o intuir?
Como llegar al éxito?
Como hijos teóricos de la razón se esperaría que creyéramos en la innovación como en el resultado último y evidente de la aplicación del método científico. Algo así como si de la investigación y el desarrollo tuviera que surgir inexcusablemente la aplicación industrial que conduciría a cerrar el círculo virtuoso. Un paso más, la aceptación del público y el éxito del mercado, y ya tendríamos la innovación en mayúscula.

Sin embargo, vaya por dónde, los vericuetos del progreso suelen ser caprichosos y muchos de los avances, artefactos y procesos innovadores han estado bastante más cerca de lo que denominaríamos generación espontánea que del método. ¿Alguien recuerda ahora que los móviles tenían que servir para resolver averías y consultas entre los técnicos? ¿que los SMS estaban destinados a intercambiar crípticos mensajes que resolverían todo tipo de incidencias? ¿que el concepto de “llamada perdida” – hoy ya todo un clásico- no figuraba en ninguno de los manuales de uso de la nueva telefonía? Ejemplos los hay por doquier. Uno de los menos conocidos es el de la “invención” del microondas. Se cuenta que el “protomicroondas” inicial fue concebido con finalidades militares vinculadas a la investigación de los radares. Se trataba, ni más ni menos, de un mastodóntico bulto de dos metros de altura que pesaba más de 250 kilos y costaba cerca de 5.000 dólares de los de 1946. Se dice también que el ingeniero norteamericano Percy L.Spencer se quedó estupefacto al acercarse a aquel aparato fabricado por los británicos y comprobar como la pastilla de chocolate con cacahuetes que llevaba en el bolsillo se le deshacía literalmente. A título de anécdota podríamos recordar como los cálculos de los más conspicuos gurús y de las celebridades tecnológicas suelen producir errores tan catastróficos como el de Ken Olsen, fundador de Digital Equipment, que en 1977 predijo: “No hay ninguna necesidad de tener un ordenador en cada casa”.

Quizás la intuición tiene algo que ver con todo esto. Porque es cierto que también en la innovación “el corazón tiene razones que la razón no entiende” y los cambios disruptivos a menudo son el producto de una sabia combinación de predicción y accidentalidad. De esta manera, a causa de una indemostrable “ley de la compensación”, cualquier exceso de análisis previo se equilibraría con casualidades impensables. ¿Será que la innovación – súmmum de progreso y racionalidad- está más vinculada de lo que creemos a un concepto tan poco mesurable como la intuición? ¿O será que la intuición no es más que la variante artística de lo que racionalmente se define como inteligencia colectiva?

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