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Mientras veía su pelo flotando por el aire del secador, frente al espejo, intentaba recoger la energía necesaria.
Hay días que dan pereza.
Y hoy era uno de ellos.
Tenía por delante dos actos, uno por la mañana, y uno por la tarde, en medio una comida-coloquio, y por la noche una cena benéfica.
La vida del servicio público.
Quizás muchos la envidiaban. Seguro.
Ella todavía se sentía fuera de juego, en ese mundo. Demasiado palabrería, y poca influencia real. O menos de la que pensaba tenerse, como mínimo.
Había dejado el comité de dirección de una cotizada para estar en el gobierno, y añoraba la proximidad de la ejecución.
El partido le había prometido muchas cosas, y para variar, no había cumplido ninguna.
Dedicar muchas horas al trabajo nunca le había preocupado, pero desde que era una alta ejecutiva había logrado gobernar su agenda. Ahora la controlaban un regimiento de secretarios de distintos departamentos. Que si un compromiso de presidencia, que si te necesitan (o a tu inglés) para cubrir la ausencia del de exteriores…
Y todo esto aún era soportable. Era la necesidad de ir custodiada la gota que colmaba el vaso de su paciencia. Por suerte, ahora le habían permitido cambiar los escoltas por una nueva unidad de robot humanoide.
La serie se llamaba SAFE. Cómo no.
Los compañeros de gabinete no acababan de confiar en los "cacharros", como ellos les llamaban, y seguían llevando escoltas humanos. Pero ella, la verdad, le prefería a los humanos. Su ángel custodio era discreto, rápido, a menudo transparente. Eficiente, servicial, pero poco pegagoso. Y se ocupaba de preparar buena comida, también. Y esto, no tiene precio.
El primer acto era a las 11h.
Llegaron puntualmente, como siempre, a pesar de la extrema seguridad que controlaba el acceso.
Al volante, el "S", como le decía ella, había cuadrado el horario para llegar en punto. Habían decidido en el gobierno aumentar las sanciones en los países que mantenían conflictos armados. Y esto había generado la respuesta inmediata de los países más beligerantes. "No toleraremos que castigue a nuestra gente, probará nuestra contundencia", habían pregonado los líderes del país más afectado.
Miró el escenario del acto, que se había montado en medio de la calle. Abierto a los cuatro vientos, pero hoy mandaría la tramontana.
En medio, tres micrófonos frente a tres atrios, muy separados entre ellos, majestuosos.
Dos de ellos ya ocupados por la primera ministra y el ministro de defensa.
El tercero le esperaba a ella.
Alrededor, cuatro escoltas escrutaban los alrededores bajo el cielo azul, con nubes alargadas.
Ella, acompañada por S, ocupó su posición a la derecha de la primera ministra.
Todo ocurrió muy rápido. Y a su vez, como si fuera a cámara lenta.
Ellos debían de ser tres, también, ya que de otra forma no se explicaría la sincronía de los disparos.
La caída de la primera ministra y del ministro de defensa fue casi simultánea.
Como pesos de plomo, ya sin vida, se precipitaron al suelo, creando enseguida un charco de sangre.
Ella se encontró también en el suelo, rodeada por una energía artificial que la cubría totalmente. Aún se preguntaba si estaba viva, mientras empezaba a asimilar que sus compañeros de gabinete no habían tenido la misma suerte.
Desde el suelo, vio cómo un cuerpo de asalto de la policía actuaba en uno de los tejados adyacentes.
Fueron unos segundos eternos, sólo calmados por continuos mensajes de S.
- Tranquila, estás bien. Pronto podremos marcharnos.
- ¿La primera ministra?
- Nada que hacer.
- ¿Y el ministro de Defensa?
- Muerto al instante.
- Dios mío.
- Tú estás bien. Pronto nos marcharemos. Ya habrá tiempo para analizarlo. Los compañeros han reducido ya a los agresores. El coche está viniendo para recogernos. En un minuto estaremos fuera.
Ya en el coche, pensó en la suerte que había tenido.
- ¿Cómo no me han acertado a mí, S?
- Sí que acertaban. Mi mano ha sido más rápida.
Le mostró la bala incrustada en medio de la palma de la mano.