Junio es el mes en que los escolares reciben las notas de fin de curso, y creo que un buen momento para reflexionar sobre la importancia que entre todos le damos a la formación, y a sus valoraciones.
Hace tan sólo unos días, se hacían públicos los resultados de las pruebas de competencias básicas de los estudiantes de primaria, que de nuevo, generan inquietud y decepción. En un interesante debate en "El matí de Catalunya Ràdio", con Manel Fuentes, los expertos invitados hacían algunas
preocupantes fotografías de la realidad.
En concreto, comentaban que entre los niños (en masculino) está mal visto eso de estudiar. Que les toca sólo a las niñas, y por lo tanto, los machos mejor que se dejen de chorradas y se dediquen a dominar el patio, si hace falta, por la fuerza. Sacaron datos objetivos, y un 12% más de fracaso escolar entre los niños que entre las niñas confirma que alguna cosa pasa.
Realmente, ya hace unos años que con algunos otros padres preocupados por dar a sus hijos la mejor educación posible, estamos detectando la peligrosa potencia que tiene el desprestigio del buen estudiante, al que se le llama "empollón(1)", rata de biblioteca, o lo que haga falta, con el objetivo de convertirlo en un inválido socialmente. Especialmente entre los más machos del patio.
Todos sabemos, por que algún día la vivimos, la potencia que tiene esta percepción social en los pequeños hombrecillos de mañana. Somos nuestra imagen, y más cuando todavía estamos tiernos para hacer frente a un desprestigio mezquino, guiado por la envidia, la rabia, la incapacidad o por una cruel diversión.
Nos toca a los padres, a todos, convencer a nuestros chicos de que no tienen más futuro que el que ellos se construyan, y que eso del dinero fácil se ha acabado, como un efecto secundario de la crisis.
Si dejamos la formación en manos de las mujeres, no nos quedará nada más a los hombres que el músculo, y parece que con eso no nos podremos ganar la vida, excepto unos pocos futbolistas en todo el mundo.
(1) Empollón: Dicho de un estudiante, que prepara mucho sus lecciones, y se distingue más por la aplicación que por el talento.
Al empollón se le niega el talento y solamente se le reconoce que dedica tiempo
Hace tan sólo unos días, se hacían públicos los resultados de las pruebas de competencias básicas de los estudiantes de primaria, que de nuevo, generan inquietud y decepción. En un interesante debate en "El matí de Catalunya Ràdio", con Manel Fuentes, los expertos invitados hacían algunas
preocupantes fotografías de la realidad.
En concreto, comentaban que entre los niños (en masculino) está mal visto eso de estudiar. Que les toca sólo a las niñas, y por lo tanto, los machos mejor que se dejen de chorradas y se dediquen a dominar el patio, si hace falta, por la fuerza. Sacaron datos objetivos, y un 12% más de fracaso escolar entre los niños que entre las niñas confirma que alguna cosa pasa.
Realmente, ya hace unos años que con algunos otros padres preocupados por dar a sus hijos la mejor educación posible, estamos detectando la peligrosa potencia que tiene el desprestigio del buen estudiante, al que se le llama "empollón(1)", rata de biblioteca, o lo que haga falta, con el objetivo de convertirlo en un inválido socialmente. Especialmente entre los más machos del patio.
Todos sabemos, por que algún día la vivimos, la potencia que tiene esta percepción social en los pequeños hombrecillos de mañana. Somos nuestra imagen, y más cuando todavía estamos tiernos para hacer frente a un desprestigio mezquino, guiado por la envidia, la rabia, la incapacidad o por una cruel diversión.
Nos toca a los padres, a todos, convencer a nuestros chicos de que no tienen más futuro que el que ellos se construyan, y que eso del dinero fácil se ha acabado, como un efecto secundario de la crisis.
Si dejamos la formación en manos de las mujeres, no nos quedará nada más a los hombres que el músculo, y parece que con eso no nos podremos ganar la vida, excepto unos pocos futbolistas en todo el mundo.
(1) Empollón: Dicho de un estudiante, que prepara mucho sus lecciones, y se distingue más por la aplicación que por el talento.
Al empollón se le niega el talento y solamente se le reconoce que dedica tiempo