La satisfacción del éxito
El impulso del caballo ganador
Dicen que se aprende más de las derrotas, pero ya de pequeños no podemos soportar perder. Quizá sea la misma herencia genética de la selección natural darwiniana: llevamos grabado a fuego la necesidad de ganar. Y más aún la de no perder.
Quizás esto justifique la influencia que realmente tienen las encuestas electorales en los propios resultados. El caballo que las apuestas indican cómo ganador arrastra aún más apuestas. Y en cambio, quienes se ven perdedores, no quieren ni ver la carrera.
Seguro que eso es lo que les pasó a más de un millón y medio de votantes del PSOE, que tras perder las elecciones de 1996 por un mínimo 1%, no fueron a las urnas en el 2000 al ver venir que no ganarían.
En esta línea, recordamos la insistencia de los partidos en buscar tras las votaciones ese dato que hace ver a sus votantes que también han ganado.

Por eso no tiene sentido pelearse por el texto de la pancarta del sábado si realmente quieres que la gente se manifieste, ya que la mínima duda de no estar entre los ganadores, entre los que saldrán por la tele, genera la incertidumbre suficiente para buscar cualquier excusa que te excluya del partido. Si no juegas seguro que no pierdes.

Es el mismo efecto increíble que provoca la afinidad a los equipos ganadores de fútbol, que lucen unos colores que hace quizás unos meses que no podías soportar.

Esta realidad contrastada de que nos gusta ser los mejores debemos ser capaces de utilizarla en beneficio propio. Por eso, si las empresas logran que sus empleados crean que son partícipes del éxito de la organización y que pueden hacerle sostenible en el tiempo, contarán con un potente ejército capaz de innovar.

¿O no es verdad que cuando nos sentimos envueltos por el éxito, todavía somos mejores?
Quizás como país también nos lo creeremos algún día.
Y querremos todo. Ahora.

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