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Nos encontramos a menudo como profesionales encerrados en un círculo que nos exige ir mejorando y mejorando sin fin.
Quizás somos nosotros mismos quienes nos exigimos esta evolución que nos lleve a sentirnos exitosos, influyentes, útiles…
Pensemos un momento qué es lo que realmente nos satisface, y cuándo nos durará la energía en caso de que lo consigamos.
¿Es un aumento de sueldo?
¿Es tener una u otra etiqueta en una compañía?
¿Es disponer de mayor o menor capacidad para influir en nuestro entorno?
¿Es acumular propiedades?
Leyendo hace unos años el libro Ikigaï de Francesc Miralles encontré algunas pistas para mirar un poco más allá.
Trabajar en compañías grandes me ha mostrado también la dificultad de prever el futuro.
En todos los niveles estás expuesto a cualquier corriente de aire, que no puedes controlar.
Y puede favorecerte o perjudicarte.
También debemos considerar que nosotros vamos cambiando con el tiempo.
Puntos en los que destacabas o te interesaban en el pasado, acaban pasando en el archivo.
A veces por el hecho de que con la edad pierdes esa competencia o ya no resultas tan especial.
O simplemente te interesa dedicarte a otras cosas que más te llenan.
Nuestra esperanza de vida crece, y la manera de hacer frente a hacernos mayores no es algo que podamos dejar al azar, o nos encontraremos que un buen día ya no tenemos ese trabajo al que le hemos dedicado toda la energía , y el agujero a llenar sea enorme.
Aún a medio camino de descubrir las recomendaciones de Arthur Brooks en su último libro, parece evidente que es necesario ir preparando un plan diferente para nuestra segunda mitad de la vida.
Un camino complejo en el que hay que renunciar a algunas cosas, y prestar atención a otras.