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De usarlas, las palabras parecen gastarse. ¡O quizá deberíamos decir de tanto utilizarlas inadecuadamente!
Estamos hartos de ver cómo las organizaciones renuevan periódicamente los nombres de los cargos o incluso de las unidades organizativas que progresivamente han ido perdiendo la integridad con la que fueron creadas. Directores, jefes, gerentes, socios, encargados, supervisores con todo tipo de prefijos o sufijos, van naciendo y muriendo en una lenta evolución natural.
Del mismo modo, determinadas frases hechas que han hecho fortuna aparecen de repente en las presentaciones de las consultorías de prestigio ya partir de ahí se replican como virus contagiosos en cualquier documento de la organización. Uno de esos ejemplos de frases afortunadas es “crear valor”.
La creación de valor ha sido uno de los paradigmas del management desde sus orígenes, aunque lo que ha cambiado a lo largo del tiempo es quien era el encargado de medir el valor. Por ejemplo, para Taylor y sus principios del management de primeros del siglo XX, lo más importante era la fabricación eficiente, y el cliente tenía que comprar lo que podía producirse de la manera más barata posible. A mediados de siglo, Drucker situó al cliente en el centro de ese proceso de medida del valor añadido.
Para los clientes el valor es un equilibrio entre la calidad percibida y el coste. La gracia, o la desgracia, es que esta balanza debe soportar presiones de otras fuerzas que continuamente condicionan el resultado.
Por ejemplo, un servicio asociado a un producto, como el asesoramiento, el transporte y la instalación, puede ser percibido como un valor añadido si el coste repercutido por el servicio es inferior a la valoración que el cliente hace de su propio tiempo.
Es verdad que hay palabras que se desgastan, pero es evidente que el valor que los clientes dan a los productos y servicios sigue siendo determinante en la decisión de compra.
Tenemos "crear valor" para rato.
Estamos hartos de ver cómo las organizaciones renuevan periódicamente los nombres de los cargos o incluso de las unidades organizativas que progresivamente han ido perdiendo la integridad con la que fueron creadas. Directores, jefes, gerentes, socios, encargados, supervisores con todo tipo de prefijos o sufijos, van naciendo y muriendo en una lenta evolución natural.
Del mismo modo, determinadas frases hechas que han hecho fortuna aparecen de repente en las presentaciones de las consultorías de prestigio ya partir de ahí se replican como virus contagiosos en cualquier documento de la organización. Uno de esos ejemplos de frases afortunadas es “crear valor”.
La creación de valor ha sido uno de los paradigmas del management desde sus orígenes, aunque lo que ha cambiado a lo largo del tiempo es quien era el encargado de medir el valor. Por ejemplo, para Taylor y sus principios del management de primeros del siglo XX, lo más importante era la fabricación eficiente, y el cliente tenía que comprar lo que podía producirse de la manera más barata posible. A mediados de siglo, Drucker situó al cliente en el centro de ese proceso de medida del valor añadido.
Para los clientes el valor es un equilibrio entre la calidad percibida y el coste. La gracia, o la desgracia, es que esta balanza debe soportar presiones de otras fuerzas que continuamente condicionan el resultado.
Por ejemplo, un servicio asociado a un producto, como el asesoramiento, el transporte y la instalación, puede ser percibido como un valor añadido si el coste repercutido por el servicio es inferior a la valoración que el cliente hace de su propio tiempo.
Es verdad que hay palabras que se desgastan, pero es evidente que el valor que los clientes dan a los productos y servicios sigue siendo determinante en la decisión de compra.
Tenemos "crear valor" para rato.