El tercer camino
El tesoro de la curiosidad

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Walking on sunshine, 
I feel alive.

Érase una vez, los bienes que vinieron para todos sean y los males por los que los vayan a buscar, un país, quizás no tan lejano como parecería.

En ese país había un pueblo. 

Del pueblo salían tres caminos. 

Uno llevaba al mar, en una cala en la que los pescadores varaban sus barcas. 

El segundo camino iba bordeando el mar, y llevaba a otro pueblo con el que los habitantes de nuestro pueblo mantenían muy buenas relaciones. 

El tercer camino se adentraba en un bosque, pero nadie sabía a dónde iba a parar, ni a nadie le preocupaba.

A nadie menos a un niño, Martí, que cada día preguntaba a mucha gente, a su maestro, a todos los que se cruzaban con él:

- ¿A dónde lleva el tercer camino?

- No lo sabemos, no nos importa, a ver si te callas- es todo lo que recibía por respuesta.

Martí era insistente, y por eso le llamaban Martí el cabezota.

Un día, Martí se cansó de preguntar. 

Se levantó justo antes de salir el sol, se preparó un bocadillo y un poco de agua y salió caminando por el tercer camino.

Al principio el camino se adentró en el bosque de forma clara y tranquila, el sol naciente pasaba entre las ramas de los árboles iluminando con alegría los pasos que daba Martí.

Pero poco a poco el bosque se va haciendo más espeso, el camino se volvió más oscuro, el sol ya no se veía. Pero Martí estaba decidido a ver dónde llevaba el tercer camino, y siguió adelante.

De repente, el camino quedó interrumpido por un barranco. Afortunadamente había un puente, un puente de madera vieja. 

Martí se atrevió a cruzarlo.

Pasó poco a poco, las maderas crujen, pero él, decidido, lo cruzó.

En el otro lado, pasado el peligro, el camino continuaba por un prado y al final llegó a unos jardines espléndidos y muy bien cuidados.

En medio del jardín había un palacio y en la puerta una dama muy bien vestida que le llamó haciéndole señales con la mano, y le dijo que la siguiera.

Lo llevó a un cuarto lleno de tesoros, y le hizo señales de que cogiera todo lo que quisiera.

Martí se llenó los bolsillos de piedras preciosos, de joyas de oro y plata, después se llena la camisa y los calcetines.

Muy cargado, abandonó el palacio. Pasó de nuevo por el prado, cruzó aún con más prudencia el puente pues ahora pesaba mucho más.

Cruzó el espeso bosque y regresó al pueblo.

Cuando llegó, enseñó el tesoro que llevaba.

- ¿De dónde las has sacado? - Preguntó todo el mundo.

- ¡Del palacio que hay al final del tercer camino! - respondió Martí.

Al día siguiente se organizaron muchas partidas de excursionistas. Todo el mundo quería pasar por el tercer camino. 

Cruzaron el bosque y el puente, pero después del prado sólo había unos jardines abandonados ya hacía mucho tiempo, y un palacio en escombros.

Y es que los tesoros de los caminos desconocidos sólo son por los primeros que se atreven a cruzarlos.

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