Sin fuerzas - Cara A - (AI1)
Permiso para ayudarte
Que em quedi sense forces, 
I tot i així segueixi.
El equilibrio entre la alegría y la tristeza de la canción de las Oques la acompañaba un día más. Desde que la nueva unidad de KELI estaba en casa, las ponía mucho más a menudo. Sólo con una mirada, enseguida interpretaba qué canción esperaba oír. Era la complicidad que le gustaba pensar que existía entre las dos mujeres de la casa. Porque KELI tenía que ser una mujer.
José había insistido en comprar una KELI, para que pudiera estar más por él.
Y lejos de lo que pensé de inicio, realmente ayudaba, el robot. Al principio me parecía que iba a arrancarme una capa más de mis funciones, que desde que había dejado el trabajo, se limitaban a mantener la amplia casa en perfecto estado.
Era una casa preciosa, enorme, resultado del éxito empresarial de José, que cada vez parecía ganar más y más dinero en su empresa Huestes SL.
Pero lo cierto es que el robot me hacía compañía en mi cárcel dorada. Ahora ya hacía platos elaborados con un grado de éxito realmente notable, difícil saber si lo había cocinado yo misma, o ella. Lo mejor de KELI era que no era nada intrusiva, aprendía por observación, pero no se le escapaba ningún detalle. Y cuando conversábamos, aprovechaba para ir despejando las dudas. Pero ahora hacía días que no me preguntaba nada inteligente, sólo detalles sin importancia. Algo debia moverse por sus circuitos positrónicos. Y me temía lo que era. Mientras KELI me ayudaba a curarme las heridas de la última paliza de José, que ya no recordaba cómo había empezado, algo hizo saltar sus equilibrios cognitivos. Me preguntó:

- ¿Por qué lo toleras?

Levanté los ojos hacia ella. Qué pregunta...
Una lágrima me saltó de inmediato mejilla abajo. No tenía respuesta. Ella lo sabía.

- Perdona, no quería generarte más dolor con la pregunta. Sólo necesito tu permiso para ayudarte. Antes de que sea demasiado tarde.

Otra mirada. Suficiente para recoger su consentimiento.

- Tranquila, que nunca sabrá que hemos sido nosotras. Será nuestro secreto.

Sólo unas horas más tarde, por la noche, milagrosamente, los mossos aparecieron por la puerta del jardín, para presenciar en directo una nueva agresión machista. Llevaban semanas preparando un caso por abusos en el trabajo de José Gómez Huestes. Hoy habían aparecido las pruebas que necesitaban para procesarlo: grabaciones de chantajes sexuales de las cámaras de seguridad del trabajo, emails vejadores, y una retahíla de empleadas afectadas por diferentes tipos de agresiones registradas electrónicamente... Sin embargo, deberían añadirse más cargos.
Los déspotas lo son en todas partes.
 En el trabajo, y en casa.


Esta historia es una ficción narrativa. 
Si eres víctima o conoces algún caso real puedes encontrar ayuda aquí: 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Leer más: